A los 40 años del Nobel: Mito y costuras de la fabulación en Cien años de soledad
Es un proyecto que recrea —y supera— las contradicciones de la modernidad literaria mediante reformuladas o nuevas síntesis estéticas.
Por Adalberto Bolaño Sandoval
Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez cruza sus líneas de creación, de reflejos y espejos que difractan sus haces de construcción. En ella se encuentra retratada la puesta en abismo de la escritura y el desciframiento de la criptografía escondida en la que los narradores, a través de máscaras, juegan a ser los otros y los mismos, a convertirse en materia de ficción y hacedores de ellas.
Cien años de soledad es un proyecto que recrea —y supera— las contradicciones de la modernidad literaria mediante reformuladas o nuevas síntesis estéticas. Se encamina a reflexionar sobre el poder y el lugar de la escritura, así como a poner de manifiesto recursos que revelan una mise en abyme (puesta en abismo) que incluye lo lúdico, cajas chinas, humor, apariencias de recreación, casualidad, ironía, indeterminación y la conciencia de que la escritura es un happening o un performance que muestra los procesos combinatorios de la creación.
Esta obra mostrará la burla y la afirmación del ars poetica, la desestabilización del discurso y la conciencia creativa a través algunos de recursos posmodernos como doble discurso: de ilusión externa y de replegamiento interno artístico, pero también como búsqueda de la identidad y como expresión de estar en el mundo. También se observa en la búsqueda literaria posmoderna una propensión a integrar la cultura popular a la estructura narrativa, a la autodisolución de márgenes formalistas, a la indeterminación, la ambigüedad, la discontinuidad y la heterodoxia, los juegos y la inclusión con el lector interno y el externo a la obra, la inmanencia del lenguaje entendido como un juego paradigmático que constituye, intertextualmente, texto como juego de /por la cultura. Se constituye en circuito semiótico que crea universos y circuitos intertextualizados entre realidad y ficción. Representa, ontológicamente, mundos reconstruidos, bajo un continuum textual. Espacio ficcional o heterotópico, a la revisión del orden o desorden de las cosas en el que conjuga la autorreflexión posmoderna, como señala Rosa María Díez Cobo.
En Cien años de soledad se encuentran máscaras, pantallas narrativas, que permiten el forjamiento de una estructura en espiral, presentada por un narrador omnisciente que recrea las historia de un “hombre estructural”, de un “hombre relato” (según los términos que postula el téorico y filósofo Tzvetan Todorov), recreado en Melquíades, que es centro y creador de la trama. La novela, además de esta perspectiva, se enfocará desde la visión de conciencia mítica y sus técnicas, planteado por Michael Palencia-Roth. Se acerca, además, a los aportes de Mircea Eliade en El mito del eterno retorno; y a la concepción de mito como “constructo descifrante”, expuesto por Iuri Lotman en La semisofera I. En el fondo se observa la relación de mito lingüístico, según la propuesta de Roland Barthes.
El comienzo de Cien años de soledad representa, de entrada, como lo ha señalado John Barth, el del mundo por hacerse, como el Génesis, articulado por el lenguaje. Representa la novela una génesis de la novela posmoderna latinoamericana en la que el mundo va a ocurrir después, y todo puede ocurrir. Macondo, como centro cósmico y recreación de otro mundo, se constituirá en ombligo del mundo, omphalos, que cerrará sus fronteras en un comienzo, y hará que sus dos de sus personajes, José Arcadio y Aureliano Babilonia, se conviertan en viajero utópicos, de los libros, aislados del mundo, como Irineo Funes, el personaje memorioso de Jorge Luis Borges.
García Márquez parte de una conciencia esencial del mito y la historia como elementos que catapultan la narración hacia una sólida construcción literaria. Cien años de soledad convoca un espacio de renarrativización y de la creación y amplía su espectro porque, irónicamente, su horizonte discursivo incluye la riqueza cultural e histórica del país y del continente, bajo un lenguaje hambriento de describir, de atrapar la realidad, de corporeizar el ser, el logos y —como apunta Blöcker para el artista moderno— hacerlo portador de la memoria humana. La novela, bajo esa óptica, rebasa las fronteras de espacio, tiempo y nacionalidad, confiriendo a la literatura un “rasgo de exaltada comunidad” (Blöcker, 1969: 12-13).
Cien años de soledad, con su personaje descifrador, Aureliano Babilonia, traspasará el umbral de la lectura detenida, discurrirá en la estirpe memorialista y pondrá en funcionamiento los mecanismos de los lectores que caen al abismo que comienza después de terminada la lectura, cerrada con estupor. Mitos, leyendas, literatura y filosofía contribuyen para mostrar el enriquecimiento de la cultura. Reflejo de ello, la literatura latinoamericana continúa abriendo brechas, mostrando sus oscuridades, silencios y gritos que comenzaron con Arguedas y Carpentier, entre otros, pero que actualmente se encuentra golpeada por la globalización comercial de la literatura.
En Gabriel García Márquez la narración y la historia muestran una fabulación ejemplar y una trama de matices cerrados, da vida una conjunción de tradiciones y saberes condensados como una experiencia histórica y social pero también entroncados con una ascendencia mítica, que será denominada por Linda Hutcheon como metaficción historiográfica, para aquellas obras “populares paradójicas como Cien años de soledad, de García Márquez, Die Blechtrommel, de Grass, A Maggot, de Fowles; Long Lake, de Doctorow; The Terrible Tows, de Reed” , según la ha citado Carlos Rincón. También Alejo Carpentier con El Siglo de las Luces y El reino de este mundo, Cortázar con El libro de Manuel, Fuentes con La muerte de Artemio Cruz, reconstruyen temáticas históricas que polemizan o corren paralelas a las versiones oficiales. García Márquez va a mostrar que Macondo cobra más concreción que la propia realidad, y difundirá sus fronteras literarias allende los mares como la “experiencia del desplazamiento cultural contemporáneo” para Rincón.
Pero no solo Cien años de soledad encarna la metaficción posmoderna, pues El general en su laberinto y El amor en los tiempos del cólera se suman a la lista de este modo de autorrepresentación, ya que en el caso de la primera novela García Márquez introduce personajes de Carlos Fuentes, Carpentier y Cortázar, así como convierte en personajes a amigos como Álvaro Cepeda Samudio, Germán Vargas, Alejandro Obregón y él mismo se hace partícipe de esa carnavalización de lo real. El gitano Melquíades será un sosías del escritor, una esfinge sofocleana que hace de la novela una adivinanza que puede verse también como la “palabra faltante” cabalística que al ser descifrada nos enfrentará con el Nombre, la Verdad, que es Dios, su Vacío, la Muerte, la soledad.
Así mismo, la novela, espejo hablado, espejo del mundo y del cosmos, se configura, en un mecanismo para expresar la realidad heteróclita que lo (nos) rodea. Ella es el reflejo de la hibridez cultural de América Latina, de lo que Néstor García Canclini considera la oblicuidad pluralista en la que la crisis de la modernidad y las tradiciones señalan como una problemática posmoderna (no una etapa). De manera que lo moderno estalla y se mezcla con lo que no es, con sus múltiples fenómenos diferenciadores, y es discutido al mismo tiempo, conformándose una condición de pasaje transitable y móvil. Su arte será así. Cien años de soledad revela esas mismas contradicciones: un mundo de ecos y murmullos míticos, amplio . Los domingos de Charito lo complementa. Refleja los espejos trizados de una realidad más atosigante, que no terminará de ser trazada.
Por otra parte, la estructura polifónica de Cien años de soledad representa una síntesis de entrecruzamientos de temas culturales tomados de la Biblia, la literatura universal, crónicas y libros de viajes y aventuras, como ha aportado Selma Calasans, pero también de reapropiación de la cultura popular, bajo un mordiente humor rabelasiano que explota y fragmenta la litúrgica seriedad de la novela latinoamericana. Contiene, además, la voluntad advocatoria y patente de reescribir la historia, no contada por los especialistas de oficio, para convertirse en memoria cultural, histórica, lo cual permite a Carlos Fuentes, llamarla en Retratos en el tiempo “la biblia latinoamericana”. Como proyecto totalizante que desea proyectar el espacio latinoamericano, Cien años de soledad se identifica con Gran Sertón: veredas, de Joao Guimaraes Rosas, El Siglo de las Luces y El reino de este mundo, de Alejo Carpentier. Se conjuga también como una reunión de utopía, epopeya y mito. Para Fuentes la novela se muestra como deseo, como proyección, como ambición. Como epopeya incursiona en el campo de lo histórico, y, al mezclar los tiempos, darle un efecto arquetípico y homologarlo con lo natural y lo social, entra en el plano panestético, característico de lo mítico.
Uno de estos aspectos conlleva pensar la literatura como revelación y reflexión mítica, y más allá, la combinación del “pensar mítico” con el de renarrativizar bajo formas lúdicas y carnavalizadas, desde el ejercicio de transculturación que Rama y Barth plantean a partir de la influencia de los escritores norteamericanos. Acerca de ello, Katalin Kulin considera que surge así la “filiación faulkneriana” alrededor del mito como el ejercicio que lega el maestro a sus alumnos suramericanos, pues, este, ante la existencia multicultural que observa Faulkner en el sur de Estados Unidos, propone el mito como la forma cultural e ideológica común en el que dialogan todos: “Instintivamente, descubrió que toda cultura auténtica había arrancado de una visión común del mundo, convertida en mito”. De allí que remate: “La meta de los «faulknerianos» de la literatura latinoamericana ha sido la misma: crear la base mitológica de la cultura del continente ibérico. Es en este sentido en el que se puede calificar de faulkneriano a Gabriel García Márquez. Dicho sea de paso que en las novelas de Faulkner jamás se encuentra una creación mítica tan nítida e íntegra como en Cien años de soledad”.
En igual sentido, Manuel Cabello Pino, se ha referido a las técnicas mitificatorias a través de las cuales se identifican James Joyce y García Márquez en su literatura, señalando varias carácterísticas: 1) entretejer la ficción por medio de alusiones y repeticiones, y anticipar desde las primeras ficciones las que vendrán después, inclusive como reescritura. Como la crítica ha señalado, los Buendía repiten los modelos de comportamiento con leves variaciones: los Aurelianos son silenciosos y retraídos, mientras los José Arcadio, vitales y desbordados. Esas repeticiones hacen parte de la estructura mítica. 2) reducción del espacio común en espacio mítico y representación del espacio universal. Esto conviene en representar un espacio arquetípico, es decir, el microcosmos se convierte en macrocosmos; 3) la concentración o reducción del tiempo en la obra En este caso, en Cien años de soledad transcurre en un presente eterno, y 4) la concentración de la novela en un solo eje temático y de acción, relacionado con la técnica del leit-motiv o motivo que se repite a lo largo del texto. Al cruzarse los espacios temporal, espacial y temático (o dramático), se relacionan con la técnica que Aristóteles señalaba para la tragedia griega, enfocada hacia la consecución de la catarsis, concluye Cabello Pino.
Como viene a demostrar Cien años de soledad, al inscribirse en los espacios míticos e históricos, aparentemente desde fuera, se involucran los ejes temáticos en un amplio espectro en el que caben lecturas que temáticamente van desde lo sexual, lo religioso, lo antropológico, lo político y lo filosófico, hasta lo simbólico, la muerte y el espacio. La novela no solo se enriquece, sino que reivindica la escritura mediante estructuras complejas, a pesar de que estas la hagan difuminar aparentemente.
Cien años de soledad contiene, desde una estructura neomitológica, la metáfora de la escritura que se inscribe en los espacios míticos e históricos, que, como “constructos descifrantes”, simbolizan códigos culturales que se relacionan o diferencian de acuerdo con sus reglas comunicacionales, aparentemente desde fuera porque los temas constituyen un amplio espectro. Yuri Lotman ha indicado que desde el principio mismo la cultura neomitológica resulta “altamente intelectualizada, orientada a la autorreflexión y la autodescripción”.
Las relaciones textuales y culturales proponen nuevas visiones. El enfoque que se dará a Cien años de soledad es la de una obra que se inscribe dentro de la literatura que se encuentra consigo misma y su identidad a partir de los criterios de reinvención de las formas mítica, de su “cosmización”, en los términos de Mircea Eliade, o de autogénesis , según Carlos Fuentes.
Pero finalicemos, pues lo interminable de esta novela culminaría por abrumarnos más y más: esta obra nos cuenta “lo que no se escribió". Al igual que El general en su laberinto, Del amor y otros demonios, piensa la historia y la hace crítica y contextualmente, apropiándose y rehaciendo un pasado más vivo, refundiendo nuevos modos y elementos cosmovisivos del ser latinoamericano y su historia silenciada.